Bulevar del Gran
Capitán de Córdoba. Pasadas las tres de la tarde sigue la animación y se ven algunos
de los numerosos turistas que pasean por Córdoba. Buscan, quizá, lugares por
descubrir.
Una pareja de turistas en toda
regla. Ella con rasgos orientales y mucho colorido en sus ropas; él con sombrero de
cuadros, bufanda roja. Y cámaras colgadas. Por sus rostros, mayores que yo. Hacía frío a pesar de la hora.
Pasaba por la
puerta de San Hipólito, esa colegiata ignaciana que sirve de panteón real tras
un pequeño recinto amurallado en medio de la ciudad. Alguien dijo: - perdón…
Volví la cara. Un
hombre muy educado, hablando español con acento hispanoamericano, me preguntó
si podía atenderle. Me detuve.
Antes de que yo
dijera nada, empezó por decirme que buscaban un lugar donde que comer que no
fuera para turistas. Querían comida casera, “como la que hagan ustedes en sus casas”. Pensé decirle que yo era
de Cabra… y antes de poder hablarle, me espetó: “espero que no sea usted uno más de los muchos que en el camino que
llevamos andado desde la Mezquita, nos han dicho que no son de Córdoba”. Sin
duda –pensé- se les pasó la hora de comer.
- Bueno – dije- no soy cordobés de la
capital, sino de Cabra donde vivo, aunque ahora ando por aquí por razones
profesionales.
Bastaron mis
palabras para que comenzara una breve conversación.
- ¡Ah, de Cabra, la conozco por referencias.
Bella ciudad. En mis viajes he leído algún libro de Valera, sus cartas resultan
muy interesantes. Sus Cuentos Japoneses, aunque breves, me gustan mucho. Y
también a mi mujer. Ella es japonesa, allí vivimos desde hace años.
Y empezó a
conversar mientras les dije que conocía un sitio al que, por razones de
trabajo, he ido alguna vez y donde ponían comida casera con amabilidad y buen
servicio, a un precio asequible. El
precio no es problema, me dijo amablemente. Les invité a ir juntos pues me
venía de camino.
En el breve paseo
por las callejas del centro de Córdoba, me dijo que había sido profesor de
Lógica en la universidad de Tokio y su mujer periodista de una revista japonesa.
Que habían venido a España, en esta ocasión, de vacaciones. Y me habló de los
métodos de espiritualidad que había aprendido en su vida en Japón. Yo le hablé
de mis creencias cristianas y al pasar por la plaza de San Ignacio, indicó que
conocía algo de la historia de las fundaciones de los jesuitas en el Japón. Me
dijo de que para ellos no existe la suerte, ni tampoco los problemas. Que la
vida son circunstancias que hay que sortear. Yo le mencioné la Providencia; él
me habló de los “Kami”, de los seres
espirituales del Sintoismo, del significado de atravesar las puertas de los
santuarios japoneses y de la búsqueda de la armonía.
No tenía prisa y
dudo si tenía realmente ganas de comer.
Me habló de su
interés por los claveles de Chiclana o de Guadix, - mucho mejores que los de Holanda – afirmó rotundamente; que le gustaba Córdoba y su historia.
Volvió a los claveles para decirme que el comentario sobre los de Holanda venía
a cuento de que sabía que en más de una ocasión los habían rechazado en Japón
por “unas motas blanquecinas sobre el
rojo” y entonces, me dijo: Priego está cerca de Cabra, ¿no?.
Pensé que iba a
hablar de algún reportaje turístico, pero no. Le conteste que muy cerca y me
dijo: Conozco Priego por unas patatas
fritas. Se detuvo y continuó: No se
quién será el empresario que ha conseguido meter esas patatas fritas con aceite
de oliva y con sal rosa del Himalaya en Japón, pero puedo asegurarle que es muy
difícil vender un producto allí. Habría
que felicitarlo por ello. Se refería a las patatas San Nicasio, que ha
lanzado al mercado mundial Rafael del Rosal y que tanta fama están alcanzando,
al tiempo que difunden al casi desconocido patrón de Priego.
Sospeché que tenían
ganas de hablar, muchas ganas de hablar. Me contó un montón de cosas. Y además
incluso quiso invitarme a comer con ellos. Pero les dije que tenía que irme a
Cabra para compartir el Roscón de Reyes con mi familia.
Estoy seguro que
hubiera seguido hablando y que habría sido una conversación interesante. Pero
el final del trayecto había llegado y les dejé, no sin una amable despedida, en
el lugar que me pareció andaban buscando. En el trayecto, el profesor y la
periodista, hablaron como si nos conociéramos de hacía tiempo.
Al llegar a Cabra,
no pude resistir las ganas de releer “El pescadorcito Urashima” y “El Espejo de
Matsuyama”. Recordé la interesante conferencia de Juan Leña en el Paseo sobre
estos relatos de los que el don Juan de las letras aegabras dijo: “Elijo los dos
que me parecen más interesantes: uno porque se diferencia mucho de casi todos
los cuentos vulgares europeos; y otro por lo mucho que se asemeja a ciertas
leyendas cristianas”.
Pasé la tarde con
la sensación de haber estado inmerso en un largo paseo por las embriagadoras
calles de Córdoba, escuchando unos entrañables y desconocidos Cuentos Japoneses. Luego, tras leer los
relatos que tradujo y recompuso Valera, recordé la conversación con unos japoneses en Córdoba y me pareció haber estado como en un viaje en
el tiempo. Sin embargo, de una y otra aventuras, apenas habían pasado unos
minutos.
No me tocó la haba
del Roscón y disfruté de una exquisita merienda familiar en vísperas del día
de los Reyes.
1 comentario:
Interesante relato, Antonio Ramón. Japón no queda tan lejos y Valera sigue vivo en su llama literaria.
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