Radio Atalaya FM 107.3

domingo, 4 de octubre de 2020

Una vieja foto

Comienza octubre y entre las primeras sensaciones del otoño, la temperatura nos va diciendo que cambiamos de estación. Que aunque queden algunos calores por sentir, ya no será como en verano. 

Cuando el confinamiento, pensaba que todo esto iría pasando. Mas lejos de cumplirse esa aspiración, nos encontramos en un momento complejo que no sabemos cómo terminará. 

Venimos observando cambios en las actitudes, en los comportamientos, en la manera de vernos y saludarnos. El contacto físico y la cercanía, que eran una característica de nuestra manera de ser, más allá del entorno amable de convivencia estrecha, se ha convertido en una quimera o puede que sólo sea un recuerdo de como nos relacionábamos antes de la COVID-19. La pandemia está haciendo estragos en ¡tantas vidas y cosas!. 

El ser humano ha de adaptarse o morir. Una vieja sentencia que, como siempre, toca llevar a la práctica. Y mientras se afanan ciencia y experiencia en descubrir cómo combatir y aislar al virus, asistimos también al perplejo mundo de los políticos que hacen de la Política de todo menos "el arte de lo posible". Pero de eso, mejor no hablar. 

En la adaptación, hemos podido aprender a disfrutar más y  mejor de lo cercano, de lo próximo, de lo cotidiano. Estamos aprendiendo - cada día tiene su afán - a respetar normas y a cumplir directrices que, nos guste o no, han de ayudar a que logremos vencer al enemigo que quebranta nuestras comodidades. No podemos olvidar que hay muchos enemigos más y que, las más de las veces, por lejanos, creemos que no existen. Y hay otros que, aún siendo próximos, escapan a la actualidad noticiable y, por tanto, ni siquiera se hacen eco en nuestra cotidianeidad. Estos estarían entre "los demonios cotidianos" que decía un viejo amigo monje de Silos. 

Entre todas estas sensaciones, sigo echando una mirada a las fotos del archivo familiar. Las fotos nos traen recuerdos, cercanos o lejanos. Y me encuentro con una de un sábado de octubre de aquellos en los que refrescaba tanto o más que ahora. 

Un niño arreglado y con pantalón corto - no nos poníamos el pantalón largo hasta que el invierno calaba los huesos -, acompaña feliz y dichoso a dos mujeres enlutadas. Mi abuela Dolores, con su velo y su abrigo de entretiempo y aquel gesto serio que guardaba los secretos de una vida muy difícil; mi tía Sierrita, esbelta, guapa y sonriente,  contrarrestando así las duras circunstancias que le tocó vivir. Ambas elegantes y enlutadas hasta más no poder, que esa era otra de las constantes de mis recuerdos de infancia. 

No se muy bien cuáles eran las razones, pero el luto - con lo que suponía entonces -  parecía estar instalado en nuestras vidas y no había manera de sacarlo. Además de ser una memoria en blanco y negro, me cuesta recordarlas vestidas de otro color.  

Aún así, tengo unos magníficos y felices recuerdos. Éramos felices, incluso con las adversidades propias de cada vida. Y conservo una alacena llena de recuerdos, cariños, afectos y sensaciones agradables. Siempre al calor de la familia que, unida, cercana, presente, compartía todo lo que pasaba a nuestro alrededor.  Esos valores han quedado para siempre. 

De paso diré que aquella indumentaria, con pantalón y calcetines cortos, y con un lazo a la camisa de manga larga, sin que faltara la rebeca por si hacía más frío, no deja de ser la de un pequeño niño al que su madre vestía con ropa de domingo para despedir la imagen de la Virgen de la Sierra, nuestra patrona. Y yo me sentía tremendamente dichoso de ir así vestido en un día señalado en aquellos calendarios de hace más de medio siglo, cuando subir a la Sierra no era lo que es hoy. Esos son los recuerdos que me trae una foto tan entrañable como esta y espero no traicionar la memoria sabiendo que habría otros muchos que no soy capaz de desvelar porque tendría casi que inventarlos. 

Este sábado 3 de octubre o tal vez el próximo, habría sido parecido a aquel de la foto en la Plaza Vieja de Cabra en la que acompañando a mi abuela y a mi tía, íbamos a despedir a la Virgen de la Sierra que subía un domingo de octubre de nuevo a su santuario, como habría subido por estas fechas. 

La Virgen que ha estado en la parroquia, ya está en el Picacho en este año de pandemia. Y mi tía y mi abuela no están físicamente entre nosotros pero su memoria sigue presente cada día, como en esa vieja foto que hoy, casi sin esperarlo, se topa de frente con mis emociones, en el sentimientos del fresco otoño que parece haberse presentado de pronto.  



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