El domingo de la
subida de la Virgen a la Sierra, es una jornada que marca, de alguna manera, el
inicio oficial del Otoño egabrense, pues Septiembre ha alargado las noches de
paseo y los días de calle con la costumbre de ir a ver a la Virgen en la
parroquia.
En este día tan especial, los que hemos vivido el momento de “echarle los cordeles” a la Virgen de la Sierra en Cabra, sabemos que es especial, distinto, entrañable.
En este día tan especial, los que hemos vivido el momento de “echarle los cordeles” a la Virgen de la Sierra en Cabra, sabemos que es especial, distinto, entrañable.
En el inicio mismo
del parque natural, donde las estribaciones de la Sierra de Cabra empiezan, en
lo que fue el antiguo paso a nivel y antes de comenzar la subida de la Virgen
de la Sierra a su Santuario, allí se ponen unos cordeles atados a las andas de
la Patrona, para que quiénes suben con Ella, ayuden a tirar del trono y
permitan aliviar el trabajo de los costaleros en tan emocionado ascenso al
Picacho. Así, como si fuera “ligera de equipaje”, la Virgen parte entre
aclamaciones y rezos, entre oraciones y plegarias.
Es momento de
despedida, de decir adiós a la imagen de la Virgen que ha estado entre nosotros
en Cabra. Los primeros rayos del sol confunden a quién presencia la escena,
mezclándose el brillo de nuestros ojos con alguna lágrima furtiva que es casi
imposible retener. En apenas unos segundos, la Virgen inicia la marcha con un
brío impensable y parece que va volando subiendo la impresionante cuesta por la
que la llevan. En esos segundos, muchos recuerdos se presentan de pronto.
Recuerdos de la
niñez cuando era el lugar en que, en familia, se despedía a la Virgen para
luego irse por la vía hasta la Fuente del Río.
Recuerdos de las
veces que, con los amigos, subíamos hasta la Sierra en esta jornada tan
especial y emotiva, tan auténtica y nuestra. Algunos siguen fieles a esta
costumbre y continúan haciendo la subida cada año en los cordeles.
Recuerdos de los
momentos compartidos con aquellos que ya no están entre nosotros y nos faltan. ¡Ay!,
como se echan de menos.
Y luego, cuando el
sol aparece por la cima de la Sierra, y sube triunfante rompiendo la penumbra
del amanecer, el brillo de las andas y la visión trasera del templete que
cobija a la Virgen, entre la polvareda del caminar rápido de quiénes van con
Ella y la llevan, nos sitúa en un adiós que entristece y parece decirnos que
todo pasa, que lo efímero aún siendo bello, es efímero.
Más hay una
perspectiva, en ese momento de añoranza y emoción que suele ser común en las
despedidas, y nos confunde por completo. Es la de quiénes esperan en la Sierra
la llegada de la Virgen que sube por los caminos de la serranía egabrense y no
han estado en el adiós.
Entonces la
sensación es de dicha y esperanza, de alegría y gozo al ver que vuelve la
Virgen a su casa en la cima de aquella montaña santa que está tan cerca del
cielo.
Conviven así dos momentos
difíciles de explicar, tan complejos de aceptar y más aún de compartir a la vez,
pero que aparecen claros con las sensaciones que nos dan esa despedida de Cabra
y esa bienvenida a la Sierra. Irse y llegar a un tiempo.
Extraña combinación
de emociones que me lleva a pensar que, algo así, es lo que ha de pasar en ese
momento irrenunciable en el que un adiós, quizá lo sea solo para quién nos lo
diga. Y será el principio de un camino en el que quien lo ha iniciado, es
esperado por quiénes ya están arriba deseando que llegue el ansiado
re-encuentro o la vuelta a casa.
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