24 de marzo - Día décimo
Cuando pase todo esto diremos que
nos tocó vivir en la época del coronavirus. Que fue una pandemia que nos obligó
a replantearnos las cosas y que tuvimos que aprender a vivir, día a día, en un
confinamiento que no era otra cosa que estar en contacto con lo diferente. Cada
día haciendo equilibrios para no caer en la apatía, en la desesperanza o en el
miedo. Que fue un choque con nuestra cotidianeidad situándonos en la tesitura de
estar ante algo totalmente desconocido.
Y en estas me da por pensar que
estamos viviendo una situación de frontera. Que estamos tendiendo puentes entre
unos y otros para superar “esta lejanía que duele cada día” como dice la canción que os dejo
Estamos aprendiendo a situarnos ante
un campo de tensión y lo hacemos reflexionando sobre cómo pensamos, cómo
dialogamos, cómo creemos, cómo convivimos y, sobre todo, cómo superamos lo mejor
posible lo que nos está pasando.
Nuestra frontera es ahora la
puerta de la casa y comprendemos que una barrera es más compleja de lo que nos
parecía sin percibirla tan cercana. Y tal vez podamos aprender también que
habrá que ir eliminando fronteras, ahora que nos vemos obligados a no
traspasarlas.
Marrakech |
Y compruebo que la dimensión de la frontera nos
lleva a mirar cuestiones internas, a hablar de lo que pasa en los espacios que
obligatoriamente tenemos que compartir, a no saber muy bien cuándo o cómo
saldremos de esta.
Sí. Tal vez seamos como migrantes en una situación
complicada, pero nada que ver con aquellas personas que llevan años sin saber cuándo
terminará ni cómo, su travesía. Y no digamos las que están pasando por la enfermedad o las que nos ayudan cada día a superarla.
Por eso hoy, mi confinamiento quiere ser un toque
de atención al desafío que tenemos por delante: cumplir con disciplina lo que nos dicen para salir de esta situación y desde la esperanza comprender a cuantos viven en fronteras donde es casi imposible vivir.
¡Nos vemos y escuchamos a las ocho de la tarde en
los balcones y ventanas!
Una cita
Una variación infinita animaba ahora diariamente la
sordidez de mi celda, y la regularidad de mis ejercicios fue devolviendo a mis facultades
intelectuales su socavada seguridad; sentía cómo la perpetua disciplina a la
que ahora se veía sometida mi mente le había devuelto la agudeza y la prontitud.
Stefan Zweig
Novela de ajedrez
Acantilado 2001
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